26 mayo 2010

Atrevimiento (ChileXArgentina)

La sonrisa de Manuel era gigantesca y Martín no pudo evitar que un escalofrío le recorriera la espalda ante el brillo devastador en sus ojos.

- Antonio me enseñó muchas cosas que ahora tú aprenderás
- ¿Qué hacés?
- ¿Qué hago? ¿Quieres averiguarlo? Si es así… - Susurró acercando la boca a su oído – Deberás prometer que seguirás mirándome con ese mismo espanto mientras me adueño de tí

Martín retrocedió un paso, completamente perdido ante los ojos de Manuel ¿Qué había en ellos? ¿Por qué su corazón se disparó ante esa sonrisa? ¿Qué debía hacer ahora? Su cabeza le aconseja huír, atravesar la puerta y jamás regresar, sin embargo el cuerpo no responde ¿Por qué tenía tanto miedo?

Hay un odio que se trastorna y parece pasión; es cuando las personas normales han cruzado la línea entre la presa y el hábil depredador. Pues bien, Aunque Martín desconoce este hecho, precisamente era lo que Manuel estaba haciendo: Cruzando la línea para darle un regalo muy especial en agradecimiento a todo ese amor nunca confesado:

Inconscientemente Argentina era la presa de Chile. Los más viejos conocían bien ese tipo de atracción porque innumerables veces los arrojó a la guerra y la destrucción, sin embargo para los latinos (unos bebés en comparación) estas sensaciones perturban poderosamente sus sentidos y a veces los confunden. Es eso lo que ocurre con Manuel: está perdido entre tantas cosas, sobreviviendo ante Martín por una mera cosa de instinto.

Manuel lame la oreja de Martín, disparando en este una electricidad ruda y dolorosa. De inmediato su sexo se despereza con un pequeño latido.

- ¿Te estoy calentando?- Inquirió el chico moreno jadeando suavemente contra su cuello - ¿Te gusta que haga esto? ¿Quieres más?
- Pará…
- NO

Con un movimiento brusco Manuel acercó el cuerpo de Martín al suyo. Sus ojos se entrecerraron hasta conseguir que sus pupilas marrones quedaran atrapadas entre las pestañas.

- Hueles tan bien… A tierra mojada, a sal… ¿Cuál es tu sabor, Martín? – Musita, la boca contra la mejilla izquierda, el otro cuerpo ofreciéndosele sin resistencia. Los alientos tibios se encuentran, Manuel mordiendo el labio inferior con deleite dejando escapar gemidos roncos, completamente inesperados para alguien como él. La entrepierna de su compañero empieza a endurecer con violencia, le parece excesivo el estímulo.- Domíname antes de que lo haga yo, aún estás en control de la situación…
- ¿Control? ¿Qué mierda me decís? Si vas a cogerme ¡hazlo ya!
- Ten cuidado con esa boca, Martín. Sino quieres el control, está perfecto
Una mano invasiva se adueñó de la cintura del argentino. La polera inusitadamente ajustada cedió con algo de resistencia, sin embargo al sonar con un crujido Martín no pudo evitar apegar sus caderas contra las de Manuel olvidándose de respirar. La lengua siguió a la mano, lamiendo el pecho de forma prolongada y violenta para producir aún más vaivenes. Martín empezó a arquearse completamente domado, sus manos aferradas a las nalgas de Manuel para no dejarlo ir. Un mordisco en su pezón lo hizo soltar un quejido y lo aturdió lo suficiente como para que su compañero lo lanzase al suelo de un empellón.
- Sácate la ropa Manuel, esto no es justo… - Reclamó sin pensar
- ¿Ya lo quieres?
- No te voy a rogar
- Oh! Claro que rogarás, te voy a obligar a llorar o tomar lo que ya es tuyo – Respondió Manuel sacándose la liga del pelo con un relamido. Con rapidez se quitó la ropa para quedar completamente desnudo. Martín era incapaz de despegar la mirada de ese cuerpo tan menudo y a la vez tan apretado, el cabello suelto ocultando la línea de la clavícula y concentrando toda la atención en su pecho apenas formado, los brazos lánguidos, una cintura algo estrecha y los prominentes huesos de sus caderas como un preludio de su miembro enhiesto y bien torneado.

Manuel a su vez contemplaba al hombre bajo él con un brillo feral, un deseo ciertamente animal. Aún quedan retazos de la polera ajustada en sus extremidades y ese pecho saludando a la luz escasa que entra por la ventana del pasillo se le antojó con su blancura como un mar de merengue listo para ser devorado.

“Esa agitación en tus pulmones…”

- Te amo… Estás indefenso, resuelto o resignado ante mí ¿te parece suficiente lo que ves?
- Estás…
- ¿Te has sonrojado? – Manuel sonrió todavía con más fuerza – Te ves exquisito ¿gemirás para mí cuando abra tu carne?
- ¿Antonio…?
- Quién sabe – Acalló Manuel la pregunta – No interesa ahora ¿verdad? Me rogarás
- Yo…
- No reacciones, sólo haz tu voluntad

Martín se encontraba completamente descolocado por el rumbo que tomaban las cosas e intentó no pensar, pero no tuvo demasiado éxito. En el ínterin, Manuel se arrodilló en la alfombra y utilizando sus dientes tironeó suavemente la pretina de los jeans. Tenía todo el pelo en la cara, sin embargo Martín aún era capaz de distinguir el halo dominante de sus pupilas marrones.
- Mhhh… ¿Cuánto me tardaré antes de que te pongas a gritar? – Se dijo el joven dándole un lametazo a su compañero bajo el ombligo – Puedo sentir el calor de tu vientre… - Su pareja onduló involuntariamente poniendo al alcance del rostro de Manuel su hinchada entrepierna; por toda respuesta, Manuel puso su boca sobre el botón y con suaves tironeos desabrochó la prenda.

“¡¿Cómo carajos hiciste eso?!”

El cierre y la ropa interior se deslizaron por la piel lechosa, así Martín también se encontró desnudo y adolorido por la prolongada tensión. El muchacho deslizó las manos para poder aliviar su excitación mas un gesto posesivo de su compañero detuvo la tentativa. Suavemente Manuel se puso sobre el estómago de su amante, cuidándose de mantener las manos de éste sobre la cabeza rubia.
- Manu… Manuel… - Musitó el joven atenazado por el calor sobre su estómago y la humedad en sus muslos. El hombre moreno arqueó su espalda sobre el torso de la presa y lamió los labios con ímpetu, el cabello castaño ocultando la sonrisa malévola. Martín tomó una bocanada de aire y el olor a tabaco de Manuel hizo que sus caderas volvieran a ondular con una fuerza que despegó del suelo al hombre sobre él. – Ya…
El interpelado se metió entonces un par de dedos a la boca, soltando el agarre. Sus ojos entrecerrados registran cada reacción en el muchacho rubio y se sabe el centro absoluto de la atención al deslizar las yemas sobre su lengua, humedeciéndolas al emitir sonidos obscenos.

Una vez preparado, Manuel bajó su mano derecha hasta las piernas de Martín, en tanto su siniestra onduló lentamente hacia el cuello arqueado, rodeándolo con sólo dos dedos para percibir la sangre borboteando con ensordecedores latidos. Asustado el joven intentó reincorporarse, acción detenida por un apriete brusco que le arrebató el aire. Un gemido ronco se dejó escuchar en el preciso instante en que Manuel se internó en las espesuras de la carne propagando con su intrusión un dolor conocido y rechazado por Martín.
-Te amo – Reiteró dominándolo y al argentino esto le pareció una burla, sobretodo al sentir que los dedos de Manuel le estaban desgarrando las entrañas con la brutalidad de su acto. El aire escasea, la voz se apaga y la conciencia se desliza hacia ninguna parte; mientras más profunda la penetración, más se cierran esas garras sobre su aliento, quitándoselo poco a poco. Al creerse ya perdido el cuerpo de Martín se relajó y entonces empezó a ser liberado por Manuel, quien movió los dedos en su interior para brindarle placer. Respirar, gritar y correrse se volvieron una única acción, el sexo aplastado contra las nalgas de su amante dejó una traza de placer que casi lo arrastra al infierno.
- ¡Sos un hijo de puta! Soltame Manuel – Este boludo está completamente enfermo, pensó, ¿Cómo pudo ahorcarlo sólo para hacerlo eyacular? Debilitado por el esfuerzo intentó quitárselo de encima, sin embargo Manuel  ridiculizó su tentativa mordiéndolo en el pecho, su miembro aún duro refregándose contra las caderas mojadas de Martín al deslizarse hacia abajo buscando separar sus piernas – ¡Si hacés eso te juro que te mato, boludo!
- Blah,blah,blah,blah
- Estoy hablando en serio
- Cállate, o seré aún más severo contigo – Dijo tranquilamente situándose en el punto preciso.
- Soltame ¡Pa…!

La embestida fue dolorosa, obligando a Martín a corcovear igual que un caballo. Un jadeo que es casi grito se le escapa a Manuel pues los músculos se cierran a su alrededor como si fueran un gancho de acero, exquisita sensación.

-Miel en mi boca…

El próximo vaivén fue más fuerte todavía, como si Manuel quisiera destrozar el cuerpo bajo él sólo para sentir el espasmo de la carne con una intensidad superior.

“Te ves tan hermoso bajo mi poder…” se dijo Manuel contemplando cómo Martín luchaba para separarse de él “sin duda así debí verme para Antonio, ahora lo entiendo tan bien… Esto puede volverse una adicción. Si pudieras contemplarte Martín…”

-Tu carne se rompe con estremecedora resistencia… - Murmuró Manuel antes de emitir un gemido ronco - ¿Quieres que vuelva a ahorcarte? Tu verga está dura otra vez-
-Soltame por favor…
- Yo aún no me corro y tú vas para la segunda ¿no crees que eres bastante egoísta?- Replicó Manuel con una nueva embestida. La presión sobre su miembro era tan fuerte que dejó de importarle atender a su compañero, sólo buscó más y más de esa ambivalente satisfacción atenazándolo, latigazos de placer mezclados con algo parecido al padecimiento de perder una cosa muy amada.

Martín por su parte intentó cuanto pudo para pensar, sin embargo cada ramalazo le alejó de una idea más o menos coherente. Se siente a un tiempo asqueado y agradecido de conocer esta parte de Manuel, le domina la lástima, el rencor y el amor por este moreno delgaducho e intenso sin saber si es correcto o no. Los espasmos tras cada embestida revuelven su conciencia como lo hace el mar con la arena y de pronto decide que lo mejor, por su sanidad mental, es dejarse llevar. Así estira sus brazos para rodear el torso de Manuel y acompañarlo jadeando y gritando cuánto lo ama hasta el clímax. Manuel le muerde un brazo cuando está a punto de venirse y con eso consigue que su compañero llegue a su punto de resistencia más alto y le lance una sarta de improperios indefiniblemente extasiado. Después de eso el joven moreno sólo atinó a abrazar a su pareja y apoyarlo contra su pecho.

Yacieron juntos y con frío un buen rato.

- Me odias ¿verdad?- Inquirió Manuel de repente
- Estuviste protegiéndome de esta parte de ti ¿por siglos?
- Tenía que hacerlo – Replicó seriamente – Soy una mierda…
- Mirá, ya no necesito que me cuentes qué te sucedió después de Rancagua, lo entendí bastante bien, pero no digás eso. No sos una mierda Manu, sólo sos Manu – Martín lo miró fijamente a los ojos, poniéndose frente a él. El chileno lo contempla incrédulo
- Okeeeeiiiii…
- Da lo mismo, este sos vos y ni aún así ha cambiado lo que pienso.
- ¿Entonces te…?
- Sólo no me muerdas el brazo otra vez ¿bueno?
- Pero…
- Sos un ingenuo si creíste que con una cosa como esta ibas a espantarme. Vení acá – Y ahora es él quien se lo apoya en el pecho- No te temo ni te temeré ¿lo entendés? A veces sos tan inocente que me dan ganas de… - Manuel espera en vano a que le diga
- ¿Qué po’?
- jajajajajaj, lo averiguarás a su tiempo. Ahora quedate acá que tengo frío
- ¿Tai más…? Yo me voy a  ir a dormir a mi cama, y no hay lugar pa’ ti
- ¿Me invitás a tu casa y no me dejás dormir en la cama? ¡andaaaaaaa!
- Ya weón, ven – Le dijo el joven, tendiéndole la mano – Ponte de pie y vamos a dormir juntos, pero hoy no más…
- Si, Manu, hoy no más… - Replicó Martín de manera burlona poniéndose de pie y abrazando a Manuel.

Y ni todas las protestas del mundo consiguieron que lo soltara en el resto de la noche.



21 mayo 2010

Furia: 03.b Victoria

- Sé a qué has venido, Benjamín- Declaró Antonio de forma serena.
- Mi nombre es Manuel, grábatelo en la cabeza – Replicó el muchacho, alzando su puño cerrado- No soy nada tuyo –
- Te mientes sin razón. Yo te di hasta el nombre y te has puesto un simple apodo para sentir que eres independiente de mí ¿Verdad? – La calma del hombre descolocó a Chile – Sin embargo en el fondo de tu corazón siempre sabrás que Manuel es simplemente un escudo, como lo fue cada uno de esos mortales a los que arrastraste al paredón con tal de concretar tu venganza sobre mí –

Tras casi doscientos años Benjamín se enfrentó al rostro gélido que descubrió en su primer abrazo. Antonio aún sonríe, mas su boca está deformada en una caricatura de la expresión que todos conocen; es la naturaleza que siempre ha reservado para su hermano más “amado”. En Benjamín arde el genuino anhelo de ver sangre en esa cara diabólica. Sin previo aviso echa su cuerpo hacia delante y con toda la fuerza que posee le asesta a su agresor un puñetazo en el estómago. Antonio se dobla sin oponer resistencia, su cabeza quedando a la altura de la boca del muchacho.

- No vuelvas a hacerlo, Antonio – Le amenaza con los dientes apretados – Deja de portarte como si me conocieras -
- No es “como” si te conociera – Musita éste con un hilo de voz – Yo te crié. Yo te domé. ¿Aún te punza? No creas que no me dí cuenta; cuando estás cerca de mí tu espalda aúlla por cada una de esas marcas –

Benjamín responde con un nuevo revés en la cara de su interlocutor. ¡¿Cómo se atreve a hablarle de esa manera?!

- Quítate la máscara, como yo lo hice tanto tiempo atrás- Prosigue Antonio al tiempo que se endereza y mira con sus ojos helados a Benjamín (O Manuel, whatever) – Para ti no es desconocido lo que siento y lo que quiero. Puedo verte, ahora ¿puedes verte tú? ¿Serte sincero de una vez por todas? -

Ofendido, el joven le da un nuevo golpe en la mejilla a lo que Antonio responde con una sonrisa de regodeo.

- ¿Seguirás golpeándome para que me calle? No posees modales- Añadió España.
- ¿Eres imbécil o qué?- Se defendió Benjamín. Intentó otro ataque, sin embargo su víctima le detuvo agarrándole con fuerza el brazo.
- No importa cuánto hagas, estamos a solas. ¿Entiendes lo que eso significa?- La sonrisa se ensanchó aún más- Has sobrevivido a tanto, Benjamín…-
- ¿Piensas hacerlo de nuevo?-
- ¿Es lo que quieres? La razón por la cual me odias así, hermanito, es sencillamente porque deseas tanto como yo abrazar la pasión y dejarte caer. Te duele todo lo que le hice a tu gente, no lo dudo, sin embargo- Su otra mano se posó en el pecho del muchacho – Aquí, hay mucho más que odio. Hay deseo –

El joven retrocedió, soltándose del agarre.

- ¿Quieres que lo describa? ¿Cada paso de tu vida desde ese día? Sé lo que se siente, cambiar desde el fondo de tu alma, aborrecer y rogar a un tiempo. No creí que fuera posible, pero cuando me encerraste en ese barco lo pude comprender: la tensión de la carne, el hambre de poder, nunca puedes librarte de esas sensaciones. He rememorado ese momento tantas veces como tú, mi carne también grita cuando siento tu proximidad, todos estos años, mientras buscaba entre los demás tu espalda, quise volver a percibir la electricidad que tu aroma deja escapar en mi interior –

Manuel volvió a replegarse, aterrado por esas palabras ¿Era eso lo que sentía en verdad?

- Golpéame – Pidió Antonio mientras abría sus brazos para dejar expuesto su frente- Déjate llevar por lo que sientes y que tu cuerpo retome sus movimientos naturales
- No puedes ser tan… Weón ¿Quieres que te pegue? Lo haré -

Se lanzó sobre su interlocutor preso de un arrobamiento infernal. Lo derribó, lo puñeteó en la cara, en el pecho sin que el otro se resistiera y después le sacó a tirones la camisa blanca porque quería escarbar más y más adentro, hacerle tanto daño que después Antonio fuera incapaz de respirar siquiera. Sus ojos se tropezaron en la marca que dejó su bala en Chacabuco, una cicatriz horrenda que hizo a su corazón contraerse de dolor.

Sin embargo no tuvo oportunidad de reflexionar sobre esos recuerdos porque Antonio le tomó la cara entre las manos y le besó, obligándolo a recostarse sobre su cuerpo tibio. Cálida como lo recordaba, la lengua le dejó un regusto a sangre en el paladar, el roce con ese cuerpo conocido le azotó el apetito y su sexo se fue despertando poco a poco. Antonio por su parte disfruta con largueza la amenaza que Benjamín ejerce sobre su piel castigada y abre sus piernas para poder apresarlo y nunca perder ese contacto. Gemidos obscenos acompañan cada movimiento de sus caderas para rozarse con Benjamín, incitando a este a abrir todavía más la boca y ofrecerle suaves mordiscos en los labios, como si estuviera comiéndose una manzana con todo el tiempo del mundo para degustarla y deshacerla en su interior.

“Gimes como una mujer ¡Y una bien suelta!” se dice Benjamín sonriéndose “¿Qué diablos esperas de mí?”

- Deja de pensar, no te servirá ahora- Le regaña su hermano mayor – Sólo fóllame, cabrón-
- ¿Ah?-

Un intenso rubor se apodera de las mejillas morenas para confirmarle a Benjamín que escuchó perfectamente. No fue capaz de reprimir una sonrisa burlona mientras deslizaba su mano hacia el sexo de Antonio para darle un poco amistoso apretón.

- ¿Te calenté? Por eso querías que te pegara ¿verdad? ¡Qué asco me das!- El susurro pegajoso y caliente produjo una onda dolorosa en las caderas de Antonio.
- ES UNA ORDEN- Deja escapar más allá de todo autocontrol.
- Y si te la meto ¿Qué? ¿Irás mañana a pegarte en el pecho delante del cura?- El joven frota por sobre los pantalones la entrepierna sensitiva que lo fustiga con palpitaciones violentas.

Benjamín se pone de pie entonces con una mueca de crueldad en la cara. La deshonra en la expresión de su hermano lo regocijó hasta lo más profundo del alma, tanto como para ignorar su propia necesidad.

- Estás enfermo- Dijo con tono suave – Así me gustas mucho, lloriqueando como un mamón para que tire contigo. Pensé que valía la pena hacerte lo mismo, violarte y oír tus gritos retumbar contra tus cosas caras, pero veo que no me da tanto placer esa ilusión como la que ahora siento al verte así, dispuesto a bajarte los pantalones si te sonrío -

La panorámica no pudo deleitarle más: en mitad del salón de su palacete, medio desnudo sobre una alfombra roja el “conquistador de las Indias” le pareció poco más que una de esas putas paradas en las esquinas. Sus piernas abiertas todavía no impidieron a la luz del ostentoso candelabro resaltar aún más su necesidad.

- Chao, maricón-

Salí de la casa más alegre que nunca en mi vida. Lo que quería al golpearlo era someterlo, ser más fuerte que él. Lo conseguí sin tener que hacer mucho, parece que él quería estar así desde el mismo viaje en barco hacia su patria. No me di cuenta hasta entonces de quién era el verdadero amo.

Benjamín caminó por espacio de 10 minutos hasta pillar un taxi y pedir que lo llevaran a la embajada de Francia. Sonreía de gusto porque había ganado la última batalla también. Su sexo pide atención, pero no hay necesidad de alentar al cuerpo cuando se encuentra satisfecha el alma.

La venganza está servida.


Francis entró sigilosamente por la puerta de la cocina asustado de la suerte que su hermano pudo correr a manos de Benjamín. Era obvio temer tras la conversación de la tarde, el muchacho parecía determinado a descerrajarle un tiro en la cabeza a Antonio, así que dejó a la gente con el embajador para después subirse a su automóvil y pasarse todos los semáforos que se le cruzaron por delante hasta la casa de su hermano. En el camino imaginó cien escenarios, desde que Benjamín golpeaba la cabeza de Antonio con el candelabro de la mesa hasta que Antonio le atravesaba el pecho a su hermano con la espada que está sobre la chimenea. Sangre iba a correr, eso ni pensarlo.

Sin embargo, nada lo preparó para la impresión que recibió al tener en su rango de visión la sala de estar.

Apoyado contra uno de los sofás, justo frente a él, Antonio dejaba escapar un par de lágrimas. Sus piernas permanecían dobladas, la camisa sobre uno de sus hombros, dejando el otro al descubierto con su profunda cicatriz. Gotas de sudor bajan por el pecho moreno, los párpados apretados con rabia y el dolor marcado en su rictus antes jovial.

Doblado sobre su estómago el hombre se acariciaba con furia, atosigando su sexo con vaivenes desesperados, las caderas ondulando contra la nada, maldiciones desgranándose entre los dientes apretados.
- Maldito seas, Benjamín – Dice en voz alta, ansioso por un final para su lenta humillación – Te odio -

Con un renovado resentimiento Antonio muerde su orgasmo, la lengua aprisionada por sus dientes, el miembro estrujado entre sus manos calientes. El líquido le mancha las ropas desordenadas, pero eso a él le da exactamente lo mismo hasta que sus ojos verdes se topan con las mejillas rojas de Francis.

El inesperado testigo, con la honesta intención de no humillarlo también, da la media vuelta para dejarlo solo entre sus lujos. Sin embargo este gesto sólo enfurece y avergüenza más a  su hermano menor, quien no tiene otra opción aparte de sonreír ante la paradoja:

El que sigue esclavizado por el pasado es  él.

Furia: 03.a Amargo

- ¡No sigas haciendo eso, weón! – Acabo por gritarle. Lo odio con todo mi corazón - ¿Por qué sigues riéndote? ¿Te parece gracioso verme aquí? ¿Te gusta que esté así? -
- Puedes golpearme, yo no me defenderé – Replica con suavidad.

Claro que voy a moretearte hasta el alma, weón de mierda.

Lo tiro al suelo con un empujón, me subo sobre su estómago y permito que la rabia y el enojo me posean, necesito dejar salir hasta la última gota de esta venganza. Su carne cede bajo mis puños, la boca le sangra pero no soy capaz de borrarle la estúpida sonrisa de los labios. Lo tomo de las solapas y le azoto la cabeza contra la alfombra roja, todo lo que quiero es sacarle hasta el más mezquino rastro de oxígeno de los pulmones, si me hubiera acordado, tendría la manopla en mis nudillos, pero siempre se me olvidan las cosas importantes cuando salgo de mi casa.

- ¡¿Qué mierda te tiene tan feliz?! ¡Córtala weón! ¡CÓRTALA!-

No hay caso; él sonríe todavía, a pesar de su ojo morado y de que seguramente le he soltado un par de dientes.

Por mi cabeza pasa el recuerdo del disparo y con todas las fuerzas que me quedan tras pegarle por tanto rato, descargo sobre su hombro izquierdo mi mejor golpe. Así consigo que pare de reírse; en sus ojos veo auténtico espanto mientras su cuerpo tiembla vencido bajo el mío.

- ¡Para Manuel! – Una fuerza ajena me separa de mi enemigo. Al voltearme percibo a Francis (diez centímetros más alto que yo y envuelto en un frac ridículo) sujetándome por la espalda.- ¡Está casi desmayado! – Añade con indignación.
 - ¡Es lo mínimo que espero después de todo lo que le he pegado! ¡Debería volarle la cabeza a puñetes! –

Francis me obliga a estar de pie así que me conformo dándole a Antonio una patada en las costillas.

-Al menos no olvidé ponerme los bototos hoy- me digo mientras él se encorva y escupe sangre.

Me alejan un poco más de Antonio para asegurarse de que no le saque la cresta de nuevo.

-¡¿Estás loco?! ¡Vas a matarlo!- Me regaña Francis.
- Muerto debería estar este infeliz ¡Suéltame maricón! ¡Quiero que se lo lleven por capítulos de aquí!- Le replico, intentando zafarme de sus brazos.

Antonio tose sin parar, tal vez recuperando el aire que le saqué con el último revés, su vista fija en la mía. Se ve tan desorientado que no atina a tocarse el hombro y da un par de manotazos en el aire antes de azotarse la cabeza en el piso.

-¡¿Ves lo que consigues, Manuel?! – Sigue sermoneándome Francis. Lo bueno es que me suelta. – Lo dejaste inconciente -
- ¿Y? no me produce un gran remordimiento que lo recalques – Replico rearmando mi coleta sin siquiera mirarlo.
- Ayúdame a llevarle hasta su habitación – Me pide haciendo un esfuerzo por despegar del piso a Antonio.
- NO-
- Manuel me ayudas o te agarro el culo –
- Te saco la cresta… -
- Está bien, como gustes –

Tras algunas maniobras Francis se echa sobre los hombros el cuerpo de su hermano y se lo lleva al segundo piso, escalón por escalón. Seguramente los otros armarán la grande cuando lleguen, me da lo mismo si a mi jefa le da un soponcio y hay que llevarla arriba igualmente,  aún no he podido desprenderme de la rabia que traigo encima.

- Lo he puesto a descansar – Me comunica Francis bajando las escaleras al tiempo que se reacomoda la bufanda de seda sobre los hombros – Me alegra haber llegado a tiempo-
- Por un instante creí que me entendías, pero obviamente estás del lado de tu hermanito querido – Comento, sentándome en el sofá. No me queda mucho más por hacer, no atacaría a alguien que no puede defenderse. – No tenías razón para meterte –
- Claro que la tenía – Revira él sentándose a mi lado- Mira, no importa cuánto hagas por negártelo, Antonio es tu hermano mayor y España es la Madre Patria de tu país –
- ¿YYYYY?-


Francis se acomoda el pelo con una mano, parece que me cree una persona particularmente estúpida; el hecho de que sea mi hermano sólo agrava y perpetúa la falta que cometió contra mí y mi país, me es imposible olvidar quién es, capitán obvio.

- A pesar de todo lo sucedido él te ama – Acaba por decir. Yo dejo escapar un suspiro en tanto ordeno la ropa desastrada por el trajín. Debería notar que intento ignorarlo – No sé qué sucedió allá, sin embargo sé que a él el duele. Cuando Antonio llegó en la jaula a la que lo confinaste estaba como poseído por la rabia a lo que sobrevino un profundo estado de melancolía.

>>Pasó semanas encerrado en su habitación sin recibir ni la comida que le dejaban en la entrada (yo me enteré de esto por mis espías de entonces, claro). Llamó a un cura tras tres días de ayuno y se encerró con él durante varias horas. Después supe que le impusieron como penitencia trabajar muy duro en los campos;  sólo dejaba sus tareas para volver a América del sur a dirigir algunas campañas militares, siempre contra su voluntad. Discutió intensamente con el rey y con su sucesor porque no pretendía seguir en empresas tan violentas como la de la reconquista e intentó distraerse en el campo día tras día. No sonreía, no comía, no tenía ganas de nada más que recoger sus endemoniados tomates hasta desmayarse -
- ¿Algo más que agregar, O ya llegó el momento en que me pongo a llorar conmovido por semejante ejemplo de sacrificio?–
- Nada ablandará tu corazón ¿verdad? –
- Francis, tal y como has señalado durante todo el santo día, no tienes ni idea de lo que me hizo mientras estuve bajo su tutela .Nada de lo que puedas decirme va a cambiar mi percepción de él o del rencor que le guardaré el resto de mi vida-

- Sólo quiero disculparme ¿no lo ves? –Por alguna extraña razón Antonio podía hablar todavía. Sentado en el rellano de la escalera me miraba con fijeza y arrepentimiento – Lo sé, Manuel: te hice daño a ti y a tus hermanos, no puedo más que aguardar a que tú también puedas ver lo dolido que estoy conmigo mismo por todo esto y entiendas que desde ese día trato de pagar mis culpas -
- Quiero venganza, tu arrepentimiento vale hongo-
- Si pudiera morir, lo haría para satisfacerte. No gano nada explicándote qué pensaba entonces, sé que estuvo mal… Esto es completamente inútil- Murmura ofuscado al entender que yo no iba a correr para abrazarlo y lloriquear en su pecho como él quería.

-Lo es, en efecto – Interrumpió Francia mortalmente serio. – Vete a tu cuarto y quédate allá- Antonio le obedeció moviéndose con pasos pesados, en completo silencio. Por alguna razón al verlo con la espalda doblada y el paso traposo algo en mi corazón se contrajo de pena.

“Lo… ¿vencí?”

Es confusa esta sensación. Ahora no se ve orgulloso, alegre o fuerte, sino todo lo opuesto; puedo contar los años y los dolores en su cara, en la forma en que la espalda se le encorva mientras se mueve.

-Dile a la jefaza que me fui por esta noche a la cresta –Le digo a Francia caminando muy rápido hacia la puerta de salida.
- Espera… ¿Dónde es eso?-
- Llevo mi teléfono, que si se angustia me llame para venir a recogerla. No pienso quedarme en la casa de Antonio Hernández-
- Manuel, tú… -
- Chaítooooooo –

Benjamín atraviesa la puerta con su chaqueta negra al hombro y un cigarro en su mano libre. No le interesa que afuera está nevando, se aventura de todas formas. Francis no lo detiene ¿para qué?

“Creo que ya lo entendiste”

Rápidamente Francia sube a ver a su hermano. Le encuentra tirado en el suelo, dándole la espalda al techo.

- Voy a levantarte-
- No, así estoy perfecto – Le detiene.
- Fue una suerte que llegara rápido. Ojala haya comprendido-
- ¿Comprendido qué? – Inquiere Antonio más para sí mismo que para Francis - ¿Qué siempre nos haremos daño y que hay que perdonar hasta el infinito cada atropello? –
- No – Revira Francis, sentándose en la cama con pesadez – Me refería a que estás arrepentido y llevas siglos lamentándote de haberlo violado esa noche –
- ¿Cómo…? – Antonio mueve su cabeza para mirar a Francis completamente avergonzado.
- Soy viejo. No necesito que me expliquen de dónde provienen ni el enojo de Manuel ni los niños –
- ¡Vaya!-
- ¿Crees que con esto ha disminuido un poco su cólera? –
- Es ingenuo de mi parte creer que no volverá a hacer lo mismo varias veces más antes de que logre comprender lo que nos está ocurriendo. Ahora sin duda debe sentir lástima y confusión ¡Sino lo sabré yo!-
- Pero… -
- Es un niño todavía. Déjalo a su aire, que él descubra poco a poco qué significa esa mezcla de ira, compasión y tristeza que tiene atorada en la garganta. A mi me queda sólo recibir el castigo a mis errores –
- Mal asunto es que te dejes gobernar así por los curas –
- No. Esto lo aprendí solo después de lo que pasó con Inglaterra. La gente se va olvidando de esas cosas, pero a nosotros siempre nos queda en el alma la huella amarga de cada traición. Es lo que nos toca y los mayores estamos casi entregados a nuestra suerte. Tanto a él como a cada uno de sus hermanos les queda un largo camino por recorrer -
- Aún así  no tiene perdón. Hace tiempo que dejamos de retarnos a duelo y de toda esta tontería del honor -
- Él es él – Una sonrisa adorna la boca hinchada de Antonio – Como Romano, no piensa antes de hacer las cosas. Ya madurará, creo –
- Ojala sobrevivas…-
- La próxima vez, Francis… Eso lo sabremos la próxima vez-.

20 mayo 2010

Furia: 03. Revancha

La libertad era necesaria, pero a mí ya me daba igual. No sólo yo fui vejado durante el regreso de los españoles; a mi alrededor la gente estaba agitada, dolida y se sentía muy aislada. Vicente San Bruno cobró entonces dimensiones demoníacas al mando de los Talaveras de la Reina, multiplicando los horrores de la matanza de 1815  en cada rincón de Santiago. Tras algunos meses el Rey de España designó un nuevo gobernador, Casimiro Marcó del Pont, hombre tan despiadado como extravagante, cuyas atrocidades despertaron a una fuerza desconocida hasta entonces y a un nuevo héroe.

Me refiero a Manuel Rodríguez.

Le tengo hasta el día de hoy un profundo aprecio a ese muchacho. Siendo apenas un niñato ya estaba peleando por sus amigos, fueran estos o no de dinero, por lo que quedarse en Argentina aguardando a que O’Higgins y San Martín preparan todo para una nueva guerra se le volvió una agonía insoportable.  Casi por decisión propia arregló sus cosas y se vino a escondidas, dispuesto a hacer lo imposible por mantener en nuestros corazones viva la sed de justicia, de “mandarnos solos”, como escuchaba siempre de su boca.

Yo entonces me encontraba en un profundo pozo. No toleraba ni estar vivo, algo en mi interior decía que esto era incorrecto; muchos más pensaban de esa manera, me volví un poco más pequeño y silencioso pues mi vida se encuentra atada al espíritu de los que moran la tierra donde piso. San Bruno aplastaba con diligencia cada pequeña afrenta, mandando a la gente a la cárcel o a la muerte sin más trámites.

- ¿Qué te pasa, Benjamín? – Me preguntó un buen día un huaso que arreglaba una acequia tapada en pleno centro de Santiago – No es ese el hombre que conozco, andas como perro apaleado -
- ¡¿Y quién es el huaso atrevido que me habla?! ¡¿Qué carajo te importa?!-
- Me importa, pueh’ – Replicó el hombre sacándose su sombrero de paja acampanado - ¿No me reconoces, tostado? Soy yo –

Me costó mucho, pero al descubrirlo casi se me paró el corazón ¿Qué mierda hacía este idiota sonriéndome en medio de la calle?

- Hijo de la gran puta… -

Él carcajeó complacido y me invitó a la chimba a tomar alguna cosa. Era increíble; Manuel en cuerpo y alma sonriéndome con su juventud e idealismo a cuestas. Me sentí más gris que nunca.

Su plan era tan sencillo como descabellado: Organizar a los patriotas para propagar las noticias de esperanza, llevar más allá de lo superficial esta idea de volvernos una nación independiente, aún si el Rey estaba libre de Francia.

- La fiesta está organizándose, Benjamín, pero creo que es necesario armar la banda antes, para que no se vaya a estropear la celebración – Me comunicó en clave al calor de un vaso de vino –Por eso te vine a buscar; tú tienes algunos amigos que pueden influir  y armar conmigo una orquesta maravillosa. Sin música las fiestas no funcionan ¿Cierto?-
- La casa está indispuesta, amigo mío. Mucha tierra bajo las suelas: mejor es que dejemos cerrada la puerta para siempre –
- ¡¿QUÉ?!  ¡Vaya! No sabía que se te iba a ir tan de repente la inspiración –Me confesó atónito.
- Es mejor así- Repliqué desanimado y harto de tanta idea sin concretar- Estamos bien sin orquesta y sin fiestas. Las jaranas son malas ¿Sabes? La gente se emborracha y hace estupideces, llega San Bruno y nos llevan a todos a la cárcel ¿Quieres terminar preso, como esos pobres infelices a los que mataron hace menos de un año? Yo ya no quiero más juerga, me han llegado demasiados rebencazos para tener ganas de hacer la cimarra otra vez –

Manuel se quedó callado y se tomó su vino con los labios apretados. No sé hasta qué punto captó el mensaje entre líneas o si lo asoció con la realidad, nunca volvimos a hablar de esos “rebencazos”. Aún así, él no cejó en su empeño y pronto halló cobijo entre los patriotas y los montoneros que iban a emborracharse a La Chimba; tal vez la gente con casas cómodas y títulos rimbombantes podía ser acallada más no el pueblo ¿qué les importa a ellos la opinión de los españoles? Después de todo, lo único que podían perder era la vida; mejor morir luchando joven que llegar a viejo siendo aún sirviente.

Manuel entonces se volvió una sombra en la frente de Marcó del Pont y San Bruno. Los montoneros de Neira alimentaban la paranoia de Antonio, los realistas pusieron precio a su cabeza, azotaron a los sirvientes de cada hogar criollo demandando información, llenaron la Chimba de Talaveras y clausuraron las chinganas, nadie podía salir después del voceo del sereno dando el toque de queda. Aún así yo obtenía las cartas de O’Higgins asegurándome que no estaríamos viviendo en el horror por mucho tiempo más. Decidí creer y con esa esperanza no dudé en volver a ser espía aún a costa de mi propia integridad. Por fortuna Antonio me dejó en paz tras aquel desastroso encuentro.

Y así pasaron los meses hasta que llegó el día en que la bandera del Ejército Libertador flameó en Santiago.

-Ya es el momento- Susurró en mi oído Manuel una tarde de Febrero – Toma tus cosas y ven conmigo –
- ¿De qué hablas?-
- O’Higgins ha mandado a buscar por ti. Debes salir a su encuentro- Fue toda su respuesta, acompañada de su sonrisa más alegre.

Chacabuco, 12 de Febrero de 1817

Huí de la casa de Antonio el 9 de Febrero, sin dejar una seña más precisa que “me voy a la Chimba a buscarme una puta”. Supongo que eso debió enfurecerlo, porque su casa era vigilada por soldados día y noche. El día 11 me presenté en el campamento de Curimón, donde O’Higgins, Las Heras y Soler preparaban el asalto de Santiago, San Fernando y Los Andes con casi 4.000 almas.

- Benjamín, es bueno verte-
- No lo hagas Bernardo – Rogué al ver que me iba a tocar – Días difíciles he vivido y ahora sólo vengo a pelear de tu lado. Ponme al tanto con las estrategias y ejecutemos de una buena vez  esta osadía -

11:45

- ¡Otra vez Bernardo!- O’Higgins se mordió el labio como hacen los niños molestos. Los realistas nos sorprendieron y debimos replegarnos, los refuerzos no llegaban nunca y era el momento de tomar la decisión nuevamente. A pesar de estar en plena cordillera podía sentir el fuego de las casas de Rancagua quemándome la espalda.
- Carga a las bayonetas – Le recomendó Cramer, un veterano de las guerras napoleónicas - No hay artillería, carga y que sea –
- Nos matarán como en Rancagua –
- Saldremos adelante Benjamín – Intentó tranquilizarme
- Bernardo ¿no me ves? ¡Es demasiado el castigo! La gente quiere que se acabe todo esto, no tolerarán otra derrota como la de Rancagua. ¡No puedes arrastrar a los soldados a su muerte! ¡Ellos creen en ti!-
- Por eso mismo, Benjamín – Me interrumpió con sus ojos claros destellando con fiereza – Es que no vamos a perder en esta batalla. Se acabó, mi pueblo ya no sufrirá de nuevo -.
- Antonio Hernández está con los realistas ¿verdad? – O’Higgins asintió. – Escúchenme todos ustedes. Al que le toque un pelo le cortaré el pescuezo, me importa una mierda quién sea. Ése trozo de carne me pertenece –

Se decidió cargar a la bayoneta sin más consideración, era una estupidez morir aguardando a los refuerzos.

-¡Soldados! ¡Vivir con honor o morir con gloria! ¡El valiente siga! ¡Columnas a la carga!-

Novecientos contra mil quinientos, luchamos dando un brazo, una pierna o lo que fuera menester. Bernardo sabía inflar de valor los corazones de los soldados, chilenos o argentinos, otorgándole a la tropa una presencia que acabó por amedrentar a los españoles a pesar de retroceder y avanzar en nuestra posición un par de veces. Comenzaron a huir tras una hora de tiroteo sólo para toparse por el otro flanco con los refuerzos de Soler. Ávidos, cada uno de nosotros avanzamos sobre los españoles a culatazos, disparos y bayonetazos.

Habíamos ganado la batalla, nuestra victoria se reflejó en los ojos de cada realista aterrado a nuestros pies, en todos ellos, menos en los ojos de Antonio.

Se dio la orden de tomar prisioneros a los españoles y los que huían hacia Chacabuco debían ser eliminados, para no alertar demasiado pronto a los realistas de que habíamos apresado a toda la cabeza de su gobierno.

En efecto; San Bruno, Marcó del Pont (algunas horas más tarde) y Hernández cayeron en nuestro poder. Perdimos doce soldados mientras ellos vieron morir a seiscientos de los suyos en la punta de nuestras armas.

- ¿Vas a matarme? – Inquirió de forma cínica Antonio cuando le puse la punta de mi arma en el pecho. Lo miré: lleno de tierra, con la mejilla cruzada por una herida extraña pero aún en pie, el aura animal de su corazón reasaltaba con más fuerza. Esos ojos verdes brillaban con un sentimiento que no fui capaz de descifrar pero que azotó a mi alma de igual forma.
- ¿Matarte, bastardo? – Repliqué con una sonrisa de placer –  NO. Vivirás. Vivirás para ver a cada uno de tus hermanos menores dándote la espalda y echándote a patadas de aquí, como el infeliz que eres. Pero antes, me cobraré la primera cicatriz que me hiciste- Enfaticé mis palabras con el ruido del arma preparando el disparo-Esta batalla te quedará por siempre grabada en la carne, hermanito mayor. Me aseguraré de que nunca olvides este día- 

Nunca disfruté tanto de disparar mi fusil como cuando apoyé el boquete de acero en su hombro izquierdo y le descerrajé un tiro a quemarropa. Antonio cayó al suelo de rodillas, profiriendo maldiciones en algún idioma nuevo.

- Al fin estás donde te corresponde. Esta tierra no es tuya, yo no te pertenezco. ¡Bernardo! Llévate a este infeliz payaso con sus subordinados, yo ya terminé con él, por ahora-

Los llevamos a la capital apresados como ladrones, me ocupé de que Antonio estuviera presente en nuestra entrada triunfal en Santiago, cuando di la orden de fusilamiento de San Bruno y cuando Marcó del Pont fue enviado a Mendoza desprovisto de todos los títulos rimbombantes que el mismo Antonio le otorgó. Al ver alejarse a Marcó del Pont hacia su destino, le pedí a San Martín que por favor mantuviese alimentado a  Antonio (él nunca me hizo pasar hambre, después de todo) y lo devolviera a España bien envuelto, como un presente de los pueblos libres de Latinoamérica a la Madre Patria.

 Así, enjaulado como un quiltro rabioso, Antonio zarpó de Valparaíso el 24 de Febrero, el mismo día en que llegaba a Argentina el pliego que anunciaba el triunfo del Ejército Libertador en Chacabuco.

Muchas veces más regresaste a esta tierra intentando lo imposible. Como te dije, cada uno de los hermanos menores a los que tanto dijiste amar pateó tu perfumado culo, dándote a entender cuán odioso les fuiste mientras “cuidaste” de ellos. No importó cuánto lo intentases, te eché de mi casa una vez y otra, a ti,  a Osorio y a muchos más.

El 12 de Febrero de 1818, cuatro meses antes de perder a Rodríguez, mi tierra se volvió un país. Al ser firmada el Acta de Talca decidí ponerme Manuel y ser conocido por ese nombre desde entonces.

Tu hermano menor murió y yo alcancé la libertad.

Y ahora ¿me extiendes tus brazos como si todo el daño que nos hicimos no existiera? Esto no es así de fácil, Antonio.

Mi puño tirita dentro de la chaqueta.

13 mayo 2010

Furia: 02b. Humillación


Antonio bajó la mirada, consiguiendo que el cuerpo de Benjamín tiemble.

- Suéltame…- Pidió Benjamín de forma sumisa al creer que lo pondrían en la estaca otra vez. Esa docilidad falsa y repentina enfureció todavía más a Antonio ¿Cómo se unen la mansedumbre y la valentía en el mismo momento?
- No estoy dispuesto a hacerlo, después de todo, eres mío ¿no lo has dicho mil veces?
- ¿Qué? –

Las pupilas marrones se dilataron al comprender Benjamín que esta vez Antonio no se detendría con unos simples azotes.


- Así me gustas hermano- Dijo Antonio con una nota de regodeo en la voz, entrecerrando sus ojos vacíos- Tengo que ser un poco más severo en esta ocasión para que puedas de una vez por todas comprender lo que hago contigo. Lamento que me obligases a llegar a este punto, pero si entiendes prometo que no volverá a suceder otra vez -
- Para… - Ruega el joven mientras la cara de Antonio se aproxima más a la suya.
- No te dejaré ir, tienes que entenderlo Benjamín: hemos nacido para convertirnos en una sola nación, un solo pueblo bajo el amoroso manto de nuestro Rey- Una especie de sonrisa le deforma la expresión a Antonio.
- Detente España… -
- Seremos una sola España, a fe mía que de una forma u otra lo conseguiré-

Antonio busca la boca de Benjamín y fuerza un beso. Hace mucho que la cólera guía sus pasos, esa rabia fría y demoledora que nace de un amor sin sentido. El muchacho se resiste intentando empujarlo, pero antes de notarlo ya ha sido aferrado su cuerpo por los brazos pétreos de su dominador, no hay escapatoria, no importa cuánto dé vueltas buscando una solución en su cabeza. España disfruta mucho con la oposición, esa reticencia que pone de manifiesto el poder que Chile guarda en su corazón y que en primer lugar le hizo fijarse en él cuando era apenas un niño balbuceante.

“Sigue peleando. Nada impedirá que te haga mío una vez y otra”

La boca de Antonio es un hierro ardiente sobre la lengua de Benjamín. Desesperado, intenta dejarse caer para zafar, pero su hermano es más astuto y se arrodilla junto con él para no soltarlo ¿Cómo liberarse?

España retrocede entonces recorrido por un dolor punzante. Chile le ha mordido la lengua, sino se la arrancó fue por pura suerte.

- ¡Eres un cerdo!- Exclama Benjamín aterrado quitándose la sangre de la boca con un puño cerrado.
- Sigue peleando, me gustas cada vez más. No hay mayor placer que ver vencido al que te afrenta-

El muchacho echa a correr aprovechándose del dolor de Antonio. El sabor a sangre en su paladar parece aclararle las ideas y su mente deja fluir palabras y más palabras ahora que comprende cuál es el interés que Antonio dejó caer sobre sus espaldas, qué es lo que lo ha diferenciado de sus otros hermanos.

La resistencia.

España se pone en pie rápidamente, atenazado por el dolor que recorre su cuerpo en oleadas apasionantes. Debe cazar a Benjamín a toda costa, lo someterá y si debe quebrarle la voluntad, no dudará por un minuto más en hacerlo.

-Corre, corre. Serás mío al final- Se dice sonriendo con sus labios rojos e hinchados. La espalda de Benjamín se encuentra tan cercana, puede cogerla con la punta de sus dedos…

Chile ya no se escabulle más, ambos cayeron al suelo y él, en un último intento por evitar el ultraje, se deja someter. Antonio lo voltea para encontrarse de golpe con esos grandes ojos cafés mirándolo con desilusión y congoja sin derramar una sola lágrima; ya no hay ni oposición ni amor allí dentro, sólo una vacía, renunciada entrega. Tras mirarse por un instante, Chile cierra sus párpados esquivando el rostro, sus brazos inertes sobre el suelo, las huellas de los azotes palpitantes en su espinazo, carne que está gritando por más y más posesión de parte de aquel hombre con ojos color veneno.

- Hazlo si te complace. Aún sigues siendo el amo- Deja salir Benjamín con la voz hueca.

Antonio entonces da rienda suelta a sus impulsos. Con manos livianas desata el pañolón en el cuello de su hermano menor y lo amordaza en una tentativa para enojarlo más. La camisa queda abierta exhibiendo la primera herida que le hizo a su hermano; un surco a punta de espada que lame con su lengua húmeda buscando reencontrarse con esa corriente sensual que lo invadió cuando su hermano lo mordió.

Tantas palabras acuden a su mente ahora sin que la boca les permita salir, transformándolas en más ansiedad, en más rabia, en más frustración.

La ropa cede fácilmente ante las intenciones de Antonio, sus ojos devorando la piel morena que se le ofrece sin fuerza. Con un roce enérgico en el pecho consigue que a Benjamín se le ponga la carne de gallina y deje salir un gemido que acaba por decidirlo: Quiere verlo retorcerse de placer para probar nuevamente esa rebeldía que tanto lo estimula; “someter”, “poseer”, “romper” son las palabras que pueden expresar mejor el apetito animal que se va apoderando de sus miembros. Apresa el cuerpo anhelado entre sus piernas, toma por las muñecas esos brazos inertes y sin demorar más vuelve a la carga, la boca herida intentando recuperar el sabor a sangre que ha dejado en los labios de su hermano menor.

Es exquisito. El aroma a miedo y hambre recorre cada célula; Benjamín quiere esto en parte, es lo que ha buscado por todos los medios durante los años irreverentes apoyando a los patriotas. No hay forma de confundirse, sobretodo cuando con cierta timidez éste corresponde a su intrusión, abriendo más su boca para acogerlo a través de la tela que le amordaza.

- ¿Es lo que querías desde siempre?- Pregunta en un susurro Antonio. La única respuesta es una sonrisa desdeñosa seguida por un fuerte empellón que lo deja tendido de bruces sobre el suelo sembrado de objetos rotos. Con brusquedad el joven se desembaraza del pañolín de seda, pisoteándolo después.

- Nunca volverás a tocarme – Declara con un dejo de indignación, una rodilla en el suelo y la frente en alto- Al fin me muestras tus intenciones. Tras tu sonrisa se esconde una criatura vil-.
- ¿Tú crees? – Revira Antonio abriéndose la chupa a tirones para seguir después con su camisa de seda blanca- Me perteneces, crío insolente. Haz todo el esfuerzo que quieras, te haré parte de mí, me aseguraré de que nunca olvides este día –

Benjamín tienta un nuevo escape que resulta infructuoso porque Antonio se interpone en su camino y lo lanza de nuevo al suelo. Le pone de bruces ahora, asegurándose de cargarle su cuerpo sobre la espalda para imponer  su presencia. El fajín de Chile sale a tirones, poco a poco va quedando desnudo y vulnerable para su amo sonriente.

Fascinado, Antonio admira esa espalda masacrada. Contemplar el producto de su disciplina le produce un pecaminoso goce.

“Es la belleza que posees, hermano menor. Indómito, ni siquiera los golpes doblegan tu voluntad  ¿Cómo no ser vasallo de tu rebeldía? No debo consentir tus arrebatos, sin embargo los contemplo con el corazón lleno de complacencia. Es tan contradictoria la ensoñación junto a ti, creo que podría matarte si así evito que te sueltes de mi mano”

Benjamín percibe los jadeos de Antonio en su espalda y teme. Nunca oyó cosa semejante, sin embargo su cuerpo le anuncia con un escalofrío que él le acecha como hace el león con la presa; sin importar la estrategia adoptada esto saldría de la peor forma imaginable para él.

- Una sola nación… Seré dichoso cuando te vuelvas parte de mí por completo y pueda al fin disponer de tu furor pertinaz – El aliento de Antonio se pegó en los oídos de Benjamín como una caricia humillante. La pretensión de hacerlo desaparecer despertó nuevamente su fiereza pero era muy tarde para escapar del toque lúbrico de su hermano mayor; el sexo ávido se restregaba contra sus propias nalgas humedeciéndolo todo a su alrededor.
- ¡Dé…!- El aire se queda atascado en la garganta del muchacho cuando su hermano mayor hunde dos dedos en la carne blanda que hay bajo el nacimiento de su mandíbula.- No hables, te ahogarás más rápido- Es la amenaza enronquecida  por el deseo- Si forcejeas te asesinaré, no me importa perderte después de probar tus entrañas, hermano – lento ondula la carne hacia él, abriéndose paso gracias a su propia humedad mezclada con el sudor helado de Benjamín. Esto hace del primer embate una experiencia aterradora y sensual a un tiempo, el miembro del joven sodomizado no consigue más que el apretón del piso como único consuelo a su condición lastimosa, obligándolo a estrujar los dientes para no pedir nada que haga la situación más denigrante todavía. Los dedos en su cuello mantienen el peligro, poco a poco las fuerzas le van abandonando y el mareo viene burlón a revolver los objetos en la habitación, distorsionando los ruidos del exterior hasta hacerlos parecer olas del mar.

Cada movimiento hace más intensa la sensación de vergüenza en Chile. Hiere saber que esto le provoca tanto encanto como disgusto, duele saber que no es diferente de las personas a las cuales defiende, destruye saber que es deseado de esa forma tan cruel… Excita saberse poseído por alguien a quien quería mucho, la suciedad ahora les envuelve a ambos, han dejado de ser diferentes por fin.

“Soy igual a él…” Piensa Benjamín de forma incoherente, la cabellera chocolate cayéndole en la cara, sus ojos entrecerrados por la inconsciencia “¿De verdad me matarás, España? ¿Justo ahora que soy igual a ti? No te atrevas a arrebatarme la vida este día, tengo que vivir para devolverte el favor…”

Poco a poco Antonio recupera el bienestar de estos momentos en que sólo el instinto guía sus acciones. Ha olvidado que lo que hace es un crimen, no recuerda que está asfixiando lentamente a la persona bajo él, sólo la idea de desahogar toda la tensión le anima el cuerpo. Y por primera vez puede comprender qué ha sido Chile para él, al detenerse por un instante para introducirse mejor en su compañero: No tiene hermanos, son sólo siervos ¿Qué importa si sienten o si mueren? ¿Qué importa, si ellos jamás retribuyeron las atenciones o se mostraron agradecidos?

“Yo siempre les fui fiel, los defendí de Francia y de Portugal a costa de mi propia salud. Cada día pensé en ustedes, en cómo entregarles comodidades, educación, amor, yendo de un lado al otro del continente bajo lluvias terribles, azotado por un sol impío o envuelto por una lluvia sin final. Jamás lo viste Benjamín, mi dolor, mi llanto, mi felicidad. Quieres ser un cuerpo que se usa y se desecha ¿verdad? Te concederé este capricho como los anteriores, así se me caiga un trozo del alma”

No se contuvo entonces de gritar, gemir o estrujar la carne bajo sus dedos, cada rincón merecía ser ocupado otra vez y otra más. El ruido de su pelvis chocando contra la piel de Benjamín lo elevó al éxtasis, la oposición dentro de su hermano le pareció entonces un manjar por el cual vale la pena perder la vida, más y más adentro, no hubo una doncella antes o después que ofreciese tal delicia a cada uno de sus sentidos.

- ¡Ahora nunca dejarás de pertenecerme! –Resopló contra la nuca de Benjamín en el momento final, justo antes de estallar en todos los sentidos de la palabra. Un vahído infernal vino a él tras el orgasmo tal fue su intensidad y dándole al muchacho un apretón en el cuello que le quitó la conciencia, se entregó al cansancio.

**

“Tengo que salir de aquí”

Una sonrisa hueca y helada dominó su rostro mientras se ponía en pie, tomaba sus ropas y se arreglaba para salir. Ya no sentía amor por Benjamín, un profundo desprecio le envenenó con rapidez el corazón. Una vez listo, tocó con la suela de su zapato la mejilla de su hermano, despertándolo.

-Vete a ensillar mi caballo, mestizo – Fue su áspera despedida.