La sonrisa de Manuel era gigantesca y Martín no pudo evitar que un escalofrío le recorriera la espalda ante el brillo devastador en sus ojos.
- Antonio me enseñó muchas cosas que ahora tú aprenderás
- ¿Qué hacés?
- ¿Qué hago? ¿Quieres averiguarlo? Si es así… - Susurró acercando la boca a su oído – Deberás prometer que seguirás mirándome con ese mismo espanto mientras me adueño de tí
Martín retrocedió un paso, completamente perdido ante los ojos de Manuel ¿Qué había en ellos? ¿Por qué su corazón se disparó ante esa sonrisa? ¿Qué debía hacer ahora? Su cabeza le aconseja huír, atravesar la puerta y jamás regresar, sin embargo el cuerpo no responde ¿Por qué tenía tanto miedo?
Hay un odio que se trastorna y parece pasión; es cuando las personas normales han cruzado la línea entre la presa y el hábil depredador. Pues bien, Aunque Martín desconoce este hecho, precisamente era lo que Manuel estaba haciendo: Cruzando la línea para darle un regalo muy especial en agradecimiento a todo ese amor nunca confesado:
Inconscientemente Argentina era la presa de Chile. Los más viejos conocían bien ese tipo de atracción porque innumerables veces los arrojó a la guerra y la destrucción, sin embargo para los latinos (unos bebés en comparación) estas sensaciones perturban poderosamente sus sentidos y a veces los confunden. Es eso lo que ocurre con Manuel: está perdido entre tantas cosas, sobreviviendo ante Martín por una mera cosa de instinto.
Manuel lame la oreja de Martín, disparando en este una electricidad ruda y dolorosa. De inmediato su sexo se despereza con un pequeño latido.
- ¿Te estoy calentando?- Inquirió el chico moreno jadeando suavemente contra su cuello - ¿Te gusta que haga esto? ¿Quieres más?
- Pará…
- NO
Con un movimiento brusco Manuel acercó el cuerpo de Martín al suyo. Sus ojos se entrecerraron hasta conseguir que sus pupilas marrones quedaran atrapadas entre las pestañas.
- Hueles tan bien… A tierra mojada, a sal… ¿Cuál es tu sabor, Martín? – Musita, la boca contra la mejilla izquierda, el otro cuerpo ofreciéndosele sin resistencia. Los alientos tibios se encuentran, Manuel mordiendo el labio inferior con deleite dejando escapar gemidos roncos, completamente inesperados para alguien como él. La entrepierna de su compañero empieza a endurecer con violencia, le parece excesivo el estímulo.- Domíname antes de que lo haga yo, aún estás en control de la situación…
- ¿Control? ¿Qué mierda me decís? Si vas a cogerme ¡hazlo ya!
- Ten cuidado con esa boca, Martín. Sino quieres el control, está perfecto
Una mano invasiva se adueñó de la cintura del argentino. La polera inusitadamente ajustada cedió con algo de resistencia, sin embargo al sonar con un crujido Martín no pudo evitar apegar sus caderas contra las de Manuel olvidándose de respirar. La lengua siguió a la mano, lamiendo el pecho de forma prolongada y violenta para producir aún más vaivenes. Martín empezó a arquearse completamente domado, sus manos aferradas a las nalgas de Manuel para no dejarlo ir. Un mordisco en su pezón lo hizo soltar un quejido y lo aturdió lo suficiente como para que su compañero lo lanzase al suelo de un empellón.
- Sácate la ropa Manuel, esto no es justo… - Reclamó sin pensar
- ¿Ya lo quieres?
- No te voy a rogar
- Oh! Claro que rogarás, te voy a obligar a llorar o tomar lo que ya es tuyo – Respondió Manuel sacándose la liga del pelo con un relamido. Con rapidez se quitó la ropa para quedar completamente desnudo. Martín era incapaz de despegar la mirada de ese cuerpo tan menudo y a la vez tan apretado, el cabello suelto ocultando la línea de la clavícula y concentrando toda la atención en su pecho apenas formado, los brazos lánguidos, una cintura algo estrecha y los prominentes huesos de sus caderas como un preludio de su miembro enhiesto y bien torneado.
Manuel a su vez contemplaba al hombre bajo él con un brillo feral, un deseo ciertamente animal. Aún quedan retazos de la polera ajustada en sus extremidades y ese pecho saludando a la luz escasa que entra por la ventana del pasillo se le antojó con su blancura como un mar de merengue listo para ser devorado.
“Esa agitación en tus pulmones…”
- Te amo… Estás indefenso, resuelto o resignado ante mí ¿te parece suficiente lo que ves?
- Estás…
- ¿Te has sonrojado? – Manuel sonrió todavía con más fuerza – Te ves exquisito ¿gemirás para mí cuando abra tu carne?
- ¿Antonio…?
- Quién sabe – Acalló Manuel la pregunta – No interesa ahora ¿verdad? Me rogarás
- Yo…
- No reacciones, sólo haz tu voluntad
Martín se encontraba completamente descolocado por el rumbo que tomaban las cosas e intentó no pensar, pero no tuvo demasiado éxito. En el ínterin, Manuel se arrodilló en la alfombra y utilizando sus dientes tironeó suavemente la pretina de los jeans. Tenía todo el pelo en la cara, sin embargo Martín aún era capaz de distinguir el halo dominante de sus pupilas marrones.
- Mhhh… ¿Cuánto me tardaré antes de que te pongas a gritar? – Se dijo el joven dándole un lametazo a su compañero bajo el ombligo – Puedo sentir el calor de tu vientre… - Su pareja onduló involuntariamente poniendo al alcance del rostro de Manuel su hinchada entrepierna; por toda respuesta, Manuel puso su boca sobre el botón y con suaves tironeos desabrochó la prenda.
“¡¿Cómo carajos hiciste eso?!”
El cierre y la ropa interior se deslizaron por la piel lechosa, así Martín también se encontró desnudo y adolorido por la prolongada tensión. El muchacho deslizó las manos para poder aliviar su excitación mas un gesto posesivo de su compañero detuvo la tentativa. Suavemente Manuel se puso sobre el estómago de su amante, cuidándose de mantener las manos de éste sobre la cabeza rubia.
- Manu… Manuel… - Musitó el joven atenazado por el calor sobre su estómago y la humedad en sus muslos. El hombre moreno arqueó su espalda sobre el torso de la presa y lamió los labios con ímpetu, el cabello castaño ocultando la sonrisa malévola. Martín tomó una bocanada de aire y el olor a tabaco de Manuel hizo que sus caderas volvieran a ondular con una fuerza que despegó del suelo al hombre sobre él. – Ya…
El interpelado se metió entonces un par de dedos a la boca, soltando el agarre. Sus ojos entrecerrados registran cada reacción en el muchacho rubio y se sabe el centro absoluto de la atención al deslizar las yemas sobre su lengua, humedeciéndolas al emitir sonidos obscenos.
Una vez preparado, Manuel bajó su mano derecha hasta las piernas de Martín, en tanto su siniestra onduló lentamente hacia el cuello arqueado, rodeándolo con sólo dos dedos para percibir la sangre borboteando con ensordecedores latidos. Asustado el joven intentó reincorporarse, acción detenida por un apriete brusco que le arrebató el aire. Un gemido ronco se dejó escuchar en el preciso instante en que Manuel se internó en las espesuras de la carne propagando con su intrusión un dolor conocido y rechazado por Martín.
-Te amo – Reiteró dominándolo y al argentino esto le pareció una burla, sobretodo al sentir que los dedos de Manuel le estaban desgarrando las entrañas con la brutalidad de su acto. El aire escasea, la voz se apaga y la conciencia se desliza hacia ninguna parte; mientras más profunda la penetración, más se cierran esas garras sobre su aliento, quitándoselo poco a poco. Al creerse ya perdido el cuerpo de Martín se relajó y entonces empezó a ser liberado por Manuel, quien movió los dedos en su interior para brindarle placer. Respirar, gritar y correrse se volvieron una única acción, el sexo aplastado contra las nalgas de su amante dejó una traza de placer que casi lo arrastra al infierno.
- ¡Sos un hijo de puta! Soltame Manuel – Este boludo está completamente enfermo, pensó, ¿Cómo pudo ahorcarlo sólo para hacerlo eyacular? Debilitado por el esfuerzo intentó quitárselo de encima, sin embargo Manuel ridiculizó su tentativa mordiéndolo en el pecho, su miembro aún duro refregándose contra las caderas mojadas de Martín al deslizarse hacia abajo buscando separar sus piernas – ¡Si hacés eso te juro que te mato, boludo!
- Blah,blah,blah,blah
- Estoy hablando en serio
- Cállate, o seré aún más severo contigo – Dijo tranquilamente situándose en el punto preciso.
- Soltame ¡Pa…!
La embestida fue dolorosa, obligando a Martín a corcovear igual que un caballo. Un jadeo que es casi grito se le escapa a Manuel pues los músculos se cierran a su alrededor como si fueran un gancho de acero, exquisita sensación.
-Miel en mi boca…
El próximo vaivén fue más fuerte todavía, como si Manuel quisiera destrozar el cuerpo bajo él sólo para sentir el espasmo de la carne con una intensidad superior.
“Te ves tan hermoso bajo mi poder…” se dijo Manuel contemplando cómo Martín luchaba para separarse de él “sin duda así debí verme para Antonio, ahora lo entiendo tan bien… Esto puede volverse una adicción. Si pudieras contemplarte Martín…”
-Tu carne se rompe con estremecedora resistencia… - Murmuró Manuel antes de emitir un gemido ronco - ¿Quieres que vuelva a ahorcarte? Tu verga está dura otra vez-
-Soltame por favor…
- Yo aún no me corro y tú vas para la segunda ¿no crees que eres bastante egoísta?- Replicó Manuel con una nueva embestida. La presión sobre su miembro era tan fuerte que dejó de importarle atender a su compañero, sólo buscó más y más de esa ambivalente satisfacción atenazándolo, latigazos de placer mezclados con algo parecido al padecimiento de perder una cosa muy amada.
Martín por su parte intentó cuanto pudo para pensar, sin embargo cada ramalazo le alejó de una idea más o menos coherente. Se siente a un tiempo asqueado y agradecido de conocer esta parte de Manuel, le domina la lástima, el rencor y el amor por este moreno delgaducho e intenso sin saber si es correcto o no. Los espasmos tras cada embestida revuelven su conciencia como lo hace el mar con la arena y de pronto decide que lo mejor, por su sanidad mental, es dejarse llevar. Así estira sus brazos para rodear el torso de Manuel y acompañarlo jadeando y gritando cuánto lo ama hasta el clímax. Manuel le muerde un brazo cuando está a punto de venirse y con eso consigue que su compañero llegue a su punto de resistencia más alto y le lance una sarta de improperios indefiniblemente extasiado. Después de eso el joven moreno sólo atinó a abrazar a su pareja y apoyarlo contra su pecho.
Yacieron juntos y con frío un buen rato.
- Me odias ¿verdad?- Inquirió Manuel de repente
- Estuviste protegiéndome de esta parte de ti ¿por siglos?
- Tenía que hacerlo – Replicó seriamente – Soy una mierda…
- Mirá, ya no necesito que me cuentes qué te sucedió después de Rancagua, lo entendí bastante bien, pero no digás eso. No sos una mierda Manu, sólo sos Manu – Martín lo miró fijamente a los ojos, poniéndose frente a él. El chileno lo contempla incrédulo
- Okeeeeiiiii…
- Da lo mismo, este sos vos y ni aún así ha cambiado lo que pienso.
- ¿Entonces te…?
- Sólo no me muerdas el brazo otra vez ¿bueno?
- Pero…
- Sos un ingenuo si creíste que con una cosa como esta ibas a espantarme. Vení acá – Y ahora es él quien se lo apoya en el pecho- No te temo ni te temeré ¿lo entendés? A veces sos tan inocente que me dan ganas de… - Manuel espera en vano a que le diga
- ¿Qué po’?
- jajajajajaj, lo averiguarás a su tiempo. Ahora quedate acá que tengo frío
- ¿Tai más…? Yo me voy a ir a dormir a mi cama, y no hay lugar pa’ ti
- ¿Me invitás a tu casa y no me dejás dormir en la cama? ¡andaaaaaaa!
- Ya weón, ven – Le dijo el joven, tendiéndole la mano – Ponte de pie y vamos a dormir juntos, pero hoy no más…
- Si, Manu, hoy no más… - Replicó Martín de manera burlona poniéndose de pie y abrazando a Manuel.
Y ni todas las protestas del mundo consiguieron que lo soltara en el resto de la noche.
