La libertad era necesaria, pero a mí ya me daba igual. No sólo yo fui vejado durante el regreso de los españoles; a mi alrededor la gente estaba agitada, dolida y se sentía muy aislada. Vicente San Bruno cobró entonces dimensiones demoníacas al mando de los Talaveras de la Reina , multiplicando los horrores de la matanza de 1815 en cada rincón de Santiago. Tras algunos meses el Rey de España designó un nuevo gobernador, Casimiro Marcó del Pont, hombre tan despiadado como extravagante, cuyas atrocidades despertaron a una fuerza desconocida hasta entonces y a un nuevo héroe.
Me refiero a Manuel Rodríguez.
Le tengo hasta el día de hoy un profundo aprecio a ese muchacho. Siendo apenas un niñato ya estaba peleando por sus amigos, fueran estos o no de dinero, por lo que quedarse en Argentina aguardando a que O’Higgins y San Martín preparan todo para una nueva guerra se le volvió una agonía insoportable. Casi por decisión propia arregló sus cosas y se vino a escondidas, dispuesto a hacer lo imposible por mantener en nuestros corazones viva la sed de justicia, de “mandarnos solos”, como escuchaba siempre de su boca.
Yo entonces me encontraba en un profundo pozo. No toleraba ni estar vivo, algo en mi interior decía que esto era incorrecto; muchos más pensaban de esa manera, me volví un poco más pequeño y silencioso pues mi vida se encuentra atada al espíritu de los que moran la tierra donde piso. San Bruno aplastaba con diligencia cada pequeña afrenta, mandando a la gente a la cárcel o a la muerte sin más trámites.
- ¿Qué te pasa, Benjamín? – Me preguntó un buen día un huaso que arreglaba una acequia tapada en pleno centro de Santiago – No es ese el hombre que conozco, andas como perro apaleado -
- ¡¿Y quién es el huaso atrevido que me habla?! ¡¿Qué carajo te importa?!-
- Me importa, pueh’ – Replicó el hombre sacándose su sombrero de paja acampanado - ¿No me reconoces, tostado? Soy yo –
Me costó mucho, pero al descubrirlo casi se me paró el corazón ¿Qué mierda hacía este idiota sonriéndome en medio de la calle?
- Hijo de la gran puta… -
Él carcajeó complacido y me invitó a la chimba a tomar alguna cosa. Era increíble; Manuel en cuerpo y alma sonriéndome con su juventud e idealismo a cuestas. Me sentí más gris que nunca.
Su plan era tan sencillo como descabellado: Organizar a los patriotas para propagar las noticias de esperanza, llevar más allá de lo superficial esta idea de volvernos una nación independiente, aún si el Rey estaba libre de Francia.
- La fiesta está organizándose, Benjamín, pero creo que es necesario armar la banda antes, para que no se vaya a estropear la celebración – Me comunicó en clave al calor de un vaso de vino –Por eso te vine a buscar; tú tienes algunos amigos que pueden influir y armar conmigo una orquesta maravillosa. Sin música las fiestas no funcionan ¿Cierto?-
- La casa está indispuesta, amigo mío. Mucha tierra bajo las suelas: mejor es que dejemos cerrada la puerta para siempre –
- ¡¿QUÉ?! ¡Vaya! No sabía que se te iba a ir tan de repente la inspiración –Me confesó atónito.
- Es mejor así- Repliqué desanimado y harto de tanta idea sin concretar- Estamos bien sin orquesta y sin fiestas. Las jaranas son malas ¿Sabes? La gente se emborracha y hace estupideces, llega San Bruno y nos llevan a todos a la cárcel ¿Quieres terminar preso, como esos pobres infelices a los que mataron hace menos de un año? Yo ya no quiero más juerga, me han llegado demasiados rebencazos para tener ganas de hacer la cimarra otra vez –
Manuel se quedó callado y se tomó su vino con los labios apretados. No sé hasta qué punto captó el mensaje entre líneas o si lo asoció con la realidad, nunca volvimos a hablar de esos “rebencazos”. Aún así, él no cejó en su empeño y pronto halló cobijo entre los patriotas y los montoneros que iban a emborracharse a La Chimba ; tal vez la gente con casas cómodas y títulos rimbombantes podía ser acallada más no el pueblo ¿qué les importa a ellos la opinión de los españoles? Después de todo, lo único que podían perder era la vida; mejor morir luchando joven que llegar a viejo siendo aún sirviente.
Manuel entonces se volvió una sombra en la frente de Marcó del Pont y San Bruno. Los montoneros de Neira alimentaban la paranoia de Antonio, los realistas pusieron precio a su cabeza, azotaron a los sirvientes de cada hogar criollo demandando información, llenaron la Chimba de Talaveras y clausuraron las chinganas, nadie podía salir después del voceo del sereno dando el toque de queda. Aún así yo obtenía las cartas de O’Higgins asegurándome que no estaríamos viviendo en el horror por mucho tiempo más. Decidí creer y con esa esperanza no dudé en volver a ser espía aún a costa de mi propia integridad. Por fortuna Antonio me dejó en paz tras aquel desastroso encuentro.
Y así pasaron los meses hasta que llegó el día en que la bandera del Ejército Libertador flameó en Santiago.
-Ya es el momento- Susurró en mi oído Manuel una tarde de Febrero – Toma tus cosas y ven conmigo –
- ¿De qué hablas?-
- O’Higgins ha mandado a buscar por ti. Debes salir a su encuentro- Fue toda su respuesta, acompañada de su sonrisa más alegre.
Chacabuco, 12 de Febrero de 1817
Huí de la casa de Antonio el 9 de Febrero, sin dejar una seña más precisa que “me voy a la Chimba a buscarme una puta”. Supongo que eso debió enfurecerlo, porque su casa era vigilada por soldados día y noche. El día 11 me presenté en el campamento de Curimón, donde O’Higgins, Las Heras y Soler preparaban el asalto de Santiago, San Fernando y Los Andes con casi 4.000 almas.
- Benjamín, es bueno verte-
- No lo hagas Bernardo – Rogué al ver que me iba a tocar – Días difíciles he vivido y ahora sólo vengo a pelear de tu lado. Ponme al tanto con las estrategias y ejecutemos de una buena vez esta osadía -
11:45
- ¡Otra vez Bernardo!- O’Higgins se mordió el labio como hacen los niños molestos. Los realistas nos sorprendieron y debimos replegarnos, los refuerzos no llegaban nunca y era el momento de tomar la decisión nuevamente. A pesar de estar en plena cordillera podía sentir el fuego de las casas de Rancagua quemándome la espalda.
- Carga a las bayonetas – Le recomendó Cramer, un veterano de las guerras napoleónicas - No hay artillería, carga y que sea –
- Nos matarán como en Rancagua –
- Saldremos adelante Benjamín – Intentó tranquilizarme
- Bernardo ¿no me ves? ¡Es demasiado el castigo! La gente quiere que se acabe todo esto, no tolerarán otra derrota como la de Rancagua. ¡No puedes arrastrar a los soldados a su muerte! ¡Ellos creen en ti!-
- Por eso mismo, Benjamín – Me interrumpió con sus ojos claros destellando con fiereza – Es que no vamos a perder en esta batalla. Se acabó, mi pueblo ya no sufrirá de nuevo -.
- Antonio Hernández está con los realistas ¿verdad? – O’Higgins asintió. – Escúchenme todos ustedes. Al que le toque un pelo le cortaré el pescuezo, me importa una mierda quién sea. Ése trozo de carne me pertenece –
Se decidió cargar a la bayoneta sin más consideración, era una estupidez morir aguardando a los refuerzos.
-¡Soldados! ¡Vivir con honor o morir con gloria! ¡El valiente siga! ¡Columnas a la carga!-
Novecientos contra mil quinientos, luchamos dando un brazo, una pierna o lo que fuera menester. Bernardo sabía inflar de valor los corazones de los soldados, chilenos o argentinos, otorgándole a la tropa una presencia que acabó por amedrentar a los españoles a pesar de retroceder y avanzar en nuestra posición un par de veces. Comenzaron a huir tras una hora de tiroteo sólo para toparse por el otro flanco con los refuerzos de Soler. Ávidos, cada uno de nosotros avanzamos sobre los españoles a culatazos, disparos y bayonetazos.
Habíamos ganado la batalla, nuestra victoria se reflejó en los ojos de cada realista aterrado a nuestros pies, en todos ellos, menos en los ojos de Antonio.
Se dio la orden de tomar prisioneros a los españoles y los que huían hacia Chacabuco debían ser eliminados, para no alertar demasiado pronto a los realistas de que habíamos apresado a toda la cabeza de su gobierno.
En efecto; San Bruno, Marcó del Pont (algunas horas más tarde) y Hernández cayeron en nuestro poder. Perdimos doce soldados mientras ellos vieron morir a seiscientos de los suyos en la punta de nuestras armas.
- ¿Vas a matarme? – Inquirió de forma cínica Antonio cuando le puse la punta de mi arma en el pecho. Lo miré: lleno de tierra, con la mejilla cruzada por una herida extraña pero aún en pie, el aura animal de su corazón reasaltaba con más fuerza. Esos ojos verdes brillaban con un sentimiento que no fui capaz de descifrar pero que azotó a mi alma de igual forma.
- ¿Matarte, bastardo? – Repliqué con una sonrisa de placer – NO. Vivirás. Vivirás para ver a cada uno de tus hermanos menores dándote la espalda y echándote a patadas de aquí, como el infeliz que eres. Pero antes, me cobraré la primera cicatriz que me hiciste- Enfaticé mis palabras con el ruido del arma preparando el disparo-Esta batalla te quedará por siempre grabada en la carne, hermanito mayor. Me aseguraré de que nunca olvides este día-
Nunca disfruté tanto de disparar mi fusil como cuando apoyé el boquete de acero en su hombro izquierdo y le descerrajé un tiro a quemarropa. Antonio cayó al suelo de rodillas, profiriendo maldiciones en algún idioma nuevo.
- Al fin estás donde te corresponde. Esta tierra no es tuya, yo no te pertenezco. ¡Bernardo! Llévate a este infeliz payaso con sus subordinados, yo ya terminé con él, por ahora-
Los llevamos a la capital apresados como ladrones, me ocupé de que Antonio estuviera presente en nuestra entrada triunfal en Santiago, cuando di la orden de fusilamiento de San Bruno y cuando Marcó del Pont fue enviado a Mendoza desprovisto de todos los títulos rimbombantes que el mismo Antonio le otorgó. Al ver alejarse a Marcó del Pont hacia su destino, le pedí a San Martín que por favor mantuviese alimentado a Antonio (él nunca me hizo pasar hambre, después de todo) y lo devolviera a España bien envuelto, como un presente de los pueblos libres de Latinoamérica a la Madre Patria.
Así, enjaulado como un quiltro rabioso, Antonio zarpó de Valparaíso el 24 de Febrero, el mismo día en que llegaba a Argentina el pliego que anunciaba el triunfo del Ejército Libertador en Chacabuco.
Muchas veces más regresaste a esta tierra intentando lo imposible. Como te dije, cada uno de los hermanos menores a los que tanto dijiste amar pateó tu perfumado culo, dándote a entender cuán odioso les fuiste mientras “cuidaste” de ellos. No importó cuánto lo intentases, te eché de mi casa una vez y otra, a ti, a Osorio y a muchos más.
El 12 de Febrero de 1818, cuatro meses antes de perder a Rodríguez, mi tierra se volvió un país. Al ser firmada el Acta de Talca decidí ponerme Manuel y ser conocido por ese nombre desde entonces.
Tu hermano menor murió y yo alcancé la libertad.
Y ahora ¿me extiendes tus brazos como si todo el daño que nos hicimos no existiera? Esto no es así de fácil, Antonio.
Mi puño tirita dentro de la chaqueta.

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